Relatos

La Entrevista

Juan tomó asiento en la recién abandonada mesa del café, aún seguían los pocillos en la mesa, un diario de la semana pasada y un cuadernillo semejante al del menú, y como los mozos estaban muy ocupados intentando atender a las mesas que llevaban un cuarto de hora de demora, decidió tomar el texto sin cuidado alguno de que su anterior dueño volviera a buscarlo, y comenzó a leer:

La entrevista

Mi nombre es Ezequiel Abelardo Correa, me he dedicado al periodismo deportivo en la revista argentina “Locos por el fútbol” desde hace casi 7 años. También he sido columnista en la sección de espectáculos de la revista semanal “El informador”.

El día 27 de marzo del año 2008 se me concedió la oportunidad de tener un diálogo abierto con el Creador.

En mi oficio, generalmente es uno mismo quien se las rebusca para generar una ocasión para cruzar algunas palabras con individuos importantes, pero esta vez no fue el caso, pues la ocasión del encuentro la preparó Dios (desde aquí "Él"), ya que sin el accidente automovilístico que me dejó tres semanas en coma, no hubiéramos podido tener tal encuentro. He realizado pocas entrevistas a lo largo de mi profesión, y esas pocas han sido de temas insignificantes: lesiones de jugadores de ligas inferiores y particularmente, una con el tesorero de un equipo emergente de fútbol al que acusaron de vaciar los fondos del club al que pertenecía (esta en particular fue la que más disfruté). Pero antes de concretar una entrevista, tengo como deber informarme de todo cuanto pueda de mi entrevistado, para saber qué debo preguntar y de qué manera hacerlo, pero la noche del 27 de marzo del año 2008 tuve una cita con el Creador sin que yo supiera nada más que lo básico de Él, lo común a todos. Además, la ocasión fue preparada para que yo sea el entrevistado y no Él.

He compartido en mi blog ese “encuentro” (en su doble sentido de reunión y combate), pero me fue avisado hace unos días que debido a reiteradas denuncias, el blog fue dado de baja, así que decidí compartir algunos extractos de tal experiencia a través de este fanzine.

Ezequiel Abelardo Correa
Provincia de Buenos Aires
11 de enero del 2010


“Lo primero que recuerdo es haber dado un profundo suspiro y abrir mis ojos ante una luz enceguecedora; mi vista paseaba por lo que parecía ser un cuarto, y mientras el blanco a mi alrededor se difuminaba lentamente como humo de incienso, se comenzaban a dibujar ante mi vista las formas y sus colores. Entonces logré ver paredes y una biblioteca extensa.

También advertí que estuve todo el tiempo recostado en un diván y, a mi lado izquierdo, había un sillón, y en él, un sujeto enorme sentado. Me costaría describirlo correctamente porque parte de la luz enceguecedora quedó alrededor de él y, por lo tanto, me impedía mirarlo fijamente (ahora que escribo del asunto y lo pienso, sospecho que me apuntaba con un reflector o algo por el estilo).

Ambos mantuvimos un largo silencio que fue interrumpido por el siguiente diálogo:

Ezequiel: ¿Estoy muerto, verdad? Porque de alguna manera sé que usted es Dios. ¿No es Dios el único que lo sabe todo? Usted sabe muy bien que mi profesión es, o era, la de periodista; sabe también que no creí mucho en su existencia y que, siendo honesto, aún tengo mis dudas...

Luego de dejar en claro que no estaba tan desorientado como hacía unos minutos, también que sé muy bien quién soy y quién es Él, y de intentar provocarlo con mi declaración de dudas, y además de haber utilizado los recursos que creía tener a mano para despertar a Dios de su silencio milenario, luego de un largo silencio compartido, continué:

Ezequiel: Supongo que estoy aquí por algo, en esta oficina que justamente es parecida a la oficina de mi padre (-que es psicólogo-, pensé en ese momento) para que me sienta cómodo, ¿verdad?

Entonces Dios apagó el reflector con el que me estaba iluminando y se recostó cómodamente en su enorme sillón, cruzándose de piernas.


Ezequiel: Bueno, basta de digresiones que seguramente tanto para usted como para mí, son bastante obvias, ¿no es así? Ya que estoy aquí, voy a darme el gusto de ejercer mi vocación quizá por última vez con usted. Dígame, señor Dios:
¿Cuál es su opinión sobre las injusticias que padecemos los mortales?
¿Son necesarias para alcanzar algún desconocido fin?

Dios: Hijo mío, tu pregunta nace de un error en la concepción de los hechos que acaecen en el mundo. Ustedes toman un acto y lo consideran “malo”, luego de unas generaciones lo consideran “bueno”... y en ese ciclo interminable de juicios yo no tengo parte, ¡me aburre mucho!

Las cuestiones de leyes y jurídicas las he delegado a mi confiable abogado Satanás. Si quieres, con gusto te concedo un encuentro con él.

Bueno, veo a través de tu alma, y me doy cuenta de que no fue suficiente mi respuesta. Te diré lo siguiente:

Para ese momento, pude notar en la silueta de su sombra que revisaba nerviosamente sus bolsillos, y que sacó un bollito de papel, como si fuera un ticket de compra o un boleto de colectivo, y acomodándose sus gruesos lentes entre su nariz peluda y abultada, me expone:

“Todos los males que puedan sufrir son necesarios para poder disfrutar de los bienes que pueden conocer en sus vidas: el aburrimiento es necesario para poder disfrutar la diversión, la pérdida de un ser querido es compensada con un nacimiento, la esperanza no existiría si no hubiera desesperanza y la justicia sería una palabra sin sentido si no hubiera injusticias”… Ese es, hijo mío, el kosmos que elegí como el mejor de todos.

Ezequiel: Entonces me decís que el mal es necesario para que exista el bien, porque así lo preferiste como la mejor cosa que pudiste hacer…

Dios: ¡Claro que pude hacer un mundo de puro Bien, de hecho, vivo en él!

Ezequiel: Puedo concluir entonces que su postura acerca del mal que padece el hombre es la de total indiferencia, o quizá tenga cierta incapacidad de poder recrear para nosotros un mundo perfecto sin necesidad de opuestos.

Dios: La verdad, nunca se me había planteado ninguna situación de dolor en tu planeta. Tuve que hacer cierta intervención milagrosa al extremo con el pueblo judío, ya que eran forzados a trabajar como esclavos hasta la muerte en Egipto, desde entonces no me vi obligado a hacer lo mismo, ya que nunca más ocurrió en la historia tal situación, ni con ellos ni con los demás pueblos. Además, siempre que veo para allí abajo se los ve a todos bien. De vez en cuando escucho alguna plegaria que mis asistentes me alcanzan y son bastante satisfactorias, entonces concluyo que han hecho un buen trabajo y sigo ocupado en mis asuntos. ¡Claro que yo puedo hacer un mundo perfecto sin máculas, el problema es que el hombre es malvado por naturaleza!

Ezequiel: Pero Dios, si el hombre es malvado por naturaleza, y el hombre fue hecho a tu imagen y semejanza, entonces nuestra naturaleza la heredamos de…

En ese momento me sentí más incómodo con la pregunta que mi entrevistado, y no quería escuchar ninguna respuesta a causa del pudor que me acusaba lo siguiente: -Estás tocando en la llaga del “todo bueno” y demostrándole que no lo es tanto-. Y lo peor... ¡Hasta entonces ni él mismo lo sabía!

El hielo de mis conclusiones se quebró con la irrupción de una angelical mucama, que nos ofrece a ambos una taza de café. En un silencio que atisbaba a ser perpetuo, escucho de mi nuevo compañero un largo sorbo, como si fuera lo único que se podría disfrutar en ese momento. ¿Se habrá arrepentido de haberme citado? Entonces responde:

Dios: Soy la totalidad de todo lo existente, soy tan perfecto que puedo abrigar la mayor imperfección, sin así dejar de ser lo que soy. Ustedes son en parte perfectos y en parte imperfectos, en parte buenos y en parte malvados, pero yo lo soy en la totalidad, pues puedo contenerlo todo, es mi carga por mi grandeza y mi pequeñez. Todo lo que se mente de mí será erróneo porque soy insondable ya que nadie es más sabio que yo, y cierto a la vez porque en mí existe todo, incluso todo lo erróneo que se pueda imaginar. Llevo miles de eternidades esperando esta entrevista, y aunque termine en un minuto y treinta y seis segundos para ti, para mí continuará en la eternidad, ¡Porque nada deja de ser para mí! PORQUE SOY TODO LO…

Otra asistente interrumpe la declaración de fe en sí mismo de Dios, esta asistente estaba vestida de enfermera y traía una bandeja que apoyó en la mesita de luz, entonces le acerca a Dios un vaso con agua y le dice:
“Sr., es hora de su RISPERDAL”.-

Ezequiel: Bueno Dios, le agradezco su tiempo. Deseo hacerle una última pregunta:
¿Qué tan cierto es que la humanidad se extinguirá en el año 2012?

Dios: SÍ, YA SÉ, será como quieras.

Dicho esto, chasqueó un dedo (porque es Dios, puede hacer chasquido de dos dedos con uno solo si quiere) y desperté dando un profundo suspiro”.


En parte, así fue mi entrevista con el soberano, desperté en un hospital y me dieron el alta al tercer día.
Luego volví a mi rutina normal, seguramente al igual que Dios.


Juan terminó de leer ese extraño relato, se levantó de la mesa y se retiró apurado como si se hubiera olvidado la billetera, entonces una muchacha tomó el lugar abandonado y se percató del fanzine en el rincón del asiento y lo comenzó a leer.

El Ángel Del Pozo

En una tierra lejana, más allá de las estrellas conocidas, existe actualmente un pozo de agua dulce. En ese pozo yace el cuerpo de un ángel rebelde, que se había rehusado a seguir vagando en la cola de un cometa. Su misión era la de resguardar unos muy diminutos filamentos, bastante inquietos eran estos cuerpecitos. La tarea de este ángel era la de mantener con humedad la roca y, de vez en cuando, agitar sus alas para desviar el curso que podría terminar en una colisión con otra roca, lo que desembocaría, quizá, en una absurda pelea con otro ángel, absurda porque el agravio ya pesaría sobre ambos, juntamente con la vergüenza que acarrearía el haber fallado en una tarea tan sencilla como navegar en un cometa y mantenerlo impecable hasta la muerte. "¿Qué pasará con la dedicación que vuelco en esta roca cuando me disuelva?", se preguntaba a escondidas el ángel. Las preguntas eran mal vistas por los ángeles superiores; había varios castigos por pensar en otra cosa que no fuera la misión asignada, dependiendo del cuestionamiento y hacia quién o qué estaba dirigido. El castigo más suave era la mutilación y el más severo era colocarlos en tareas peligrosas que nadie quería hacer; la peor de todas era navegar en una roca por el espacio.

(...)

Cuando el ángel lo decidió, abandonó al infinito espacio esa piedra que lo fastidiaba. Fue la primera vez que tomó una decisión por sí mismo, de hecho, estaba tan envuelto en sus tareas que nunca hubo un "yo mismo" en él, ya que su "yo" se diluía constantemente en el deber.

Al ser la primera vez que tomó una decisión por su voluntad, sintió en sí mismo, por lo tanto, un leve vacío y angustia que crecía con cada toma de conciencia que se le hacía tan presente en su alma como los montoncitos que se acumulan en el reloj de arena. Entonces, lo poseyó un sentimiento de estar cometiendo un mal a su ser, sintió como nunca el lado más vil de la culpa.

Su cuerpo empezó a escamarse y a tomar un color rojizo. ¿Flotaba inmóvil o se movía hacia alguna dirección? No lo sabía. Podía ver cómo la roca que tanto lo angustiaba se alejaba, o quizá la roca se había detenido (ya que, según pensaba el ángel, sus alas producían el movimiento) y era él quien se alejaba. "Es complicado elegir un punto de referencia que no sea uno mismo", decía el ángel en voz alta. Extrañamente, su voz sonaba como un trueno, que a la vez no producía ningún sonido, sino más bien se formaban luces erráticas que viajaban hacia todos lados. Una punta de esas luces alcanzó al cometa que ya se había oscurecido entre el polvillo y la niebla del universo. Se podría decir que ese fue el último empujón que ejercía el ángel a la roca. Si esa roca tosca hubiera tenido mentalidad, habría considerado ese violento trueno como el saludo de alguien que se siente arrepentido de haberla alejado de su lado, de alguien que no supo apreciarla mientras estaba cerca y que ahora, en soledad, consigo mismo nomás, se siente vacío por su falta, se siente incompleto por haber quebrado esa rutina de la que tanto reclamaba. Pero las cosas no eran así, o en parte no eran así: ya que, si bien esta roca que volaba libremente en el espacio no tenía conciencia de sí ni de nada, aun así hubo en ella vida, aunque sea bacteriológica, y ciertamente el ángel sentía desdicha por haber saltado al vacío.

Volviendo al ángel, es difícil describir con palabras lo que le ocurría durante el momento de su salto hasta entonces. Difícil por el hecho de que, para poder mentar algo, es necesario achicarlo al lenguaje. Aun así, intentaré comentar todo el asunto sin olvidar disculparme por los detalles y sucesos que considero importantes, pero que a la vez son oscurecidos si se los intenta mencionar (las palabras iluminan el mundo a la vez que lo ocultan). Su cuerpo estaba flotando inmóvil o en movimiento; no es posible saberlo. Sólo diré que si no estaba volando (siento vergüenza de utilizar la palabra "cayendo") en dirección hacia un planeta, entonces el planeta estaba acercándose a él. En tanto las distancias entre ambos cuerpos se acortaban rápidamente, el ángel comenzaba a sentir internamente un cambio radical en su alma. Antes de continuar debo aclarar (he aquí uno de los tantos detalles de los que me disculpo por omitir) que el alma de los ángeles en general se puede ver a simple vista (y digo "en general" porque nadie conoce a todos), pero de los que son conocidos por cumplir diversas funciones, todos ellos poseen en su pecho un fulgor que suele emitir un color amarillento. Cuando un ángel pone en duda la razón de algo (es inevitable para ellos dudar; aun así, combaten su naturaleza con tareas sacrificadas), el color del alma toma un tono amarillo tirando a violeta. El grado del color dependerá de la importancia que le ponga el ángel al asunto, de cuánto indague y cuánto temor le cause manipular tales elucubraciones. Se suele sostener entre ellos que si un ángel cuestiona el funcionamiento del cosmos es porque tal ángel está ocioso; así que la única cura para tal fulgor maligno es el castigo por parte de las autoridades. Eso sí, el castigo siempre lo eligió cada ángel: suele ser aquello que tanto el ángel temía hacer.

Su piel se había tornado roja y escamosa, y el fulgor de su alma se volvió rojo como el color de nuestro sol. Su alma ya no era más un haz armonioso de cambios previsibles, sino más bien como un árbol de hojas inquietas por el viento, como una flama de fogata cuando se revuelven sus brasas. Su ser entonces tomó conciencia de su ser; de la abundancia de sus dudas aprendía a extraer impronunciables certezas. Mientras caía (o ascendía), sus ojos comenzaban a ver y percibir como nunca lo había hecho: sentía el olor salado de sus alas y su espalda quemándose por la fricción de su cuerpo con las partecitas del cielo convulsionado del planeta. Ya no sentía más temor, y estaba convencido de que jamás sentiría temor luego de haber dado el paso más importante de su existencia. Quizá fuera eso o quizá también fuera su estrella fallar en todas sus intenciones, incluso en aquellas que parecían dignas de todo apoyo; no lo sabría decir.

Lo cierto es que, evitando comentar los detalles del terrible impacto sufrido por nuestro ya casi estimado protector, un evento doloroso que es preferible mantener inalterable en el silencio de su realidad, sólo mencionaré que nuestro ángel yace actualmente en un pozo de agua dulce de un planeta tan inmenso que emitía luz como las demás estrellas. Tal planeta existe actualmente como a 5.600 millones de años luz de distancia desde la Tierra. Lo asombroso de esta historia es lo sucedido con el cometa abandonado por nuestro ángel: impactó en nuestro planeta hace unos 3.000 millones de años, y sus viajantes microscópicos colonizaron la superficie alimentándose de los microorganismos autóctonos de las rocas y el mar (sólo unas pocas especies pudieron hacerles frente). De tales microorganismos abandonados por su divinidad provenimos casi todos los seres vivos de la Tierra, incluidos, obviamente, los seres humanos. Aquellos que llevan en sí un alma como de voz muda, inquieta como un trueno, sintiendo siempre el vértigo de caer o ascender y, a medio camino entre transformarse en lo nuevo y manteniéndose aun así en lo viejo, abrigaremos por siempre el calor de su voz en su último impulso.

Hay quienes dirigen por naturaleza sus peticiones al ángel caído del pozo, nuestro creador. El problema es que la luz de nuestras voces tardará, como mucho, unos 6.000 millones de años en llegar a nuestro Dios, y aunque hubiera algún hombre que no sea mortal (y dicho sea de paso, no haya resuelto el asunto en 6.000 millones de años), aun así, el colmo es que la palabra mágica que pronunciara nuestro ángel tardará otros 6.000 millones de años luz en llegar al planeta Tierra.